Si recorriéramos el paredón que circunda el actual Parque Tecnológico Industrial de Quilmes en el límite de Monte Chingolo, observaríamos cómo asoman los despojos de lo que fue un puesto de guardia, entre retazos de afiches publicitarios y manchones que dejaron quemas de basura y pastizales. Resto ruinoso de lo que fuera el Batallón 601 Domingo Viejobueno, el mayor Depósito de Arsenales del Ejército Argentino, escenario donde a las 18:50 del 23 de diciembre de 1975 y durante casi ocho horas, se libró la más importante y cruenta operación guerrillera ocurrida en la década del 70. Hasta 1955, esos mismos dominios alojaron los galpones del IAPI, Instituto Argentino de Promoción del Intercambio, según indica su sigla, que funcionó durante el “primer peronismo". Hoy "la Iapi” nombra, tanto a aquella dependencia que por su matriz conceptual fue tan vilipendiada por los adversarios de Perón, como a la villa de emergencia que extiende su desangelado paisaje justo frente al predio. Monte Chingolo, un rincón de Lanús ubicado en los límites de los partidos de Quilmes, Avellaneda y Lomas de Zamora en el sur del Gran Bs As, cual territorio palimpsesto, preserva las marcas de viejas disputas que nuestra historia no logra saldar.
En 1975 el mundo convulsionaba: América Latina, entre la Doctrina de la Seguridad Nacional, que expandía su sombra por toda la región y las imágenes que llegaban de Vietnam y del Chile de Pinochet, convirtieron en ardiente esta frontera de la “guerra fría”. Mientras, en Argentina, el aire se tornaba sombrío ante la inminencia de un nuevo golpe de estado.
Sin parentesco de sangre ni generacional con los protagonistas del combate de Monte Chingolo, Yulian escuchó desde siempre en los negocios y encuentros de vecinos, las historias que atraviesan su barrio. Historias terribles que impregnaron el distrito de su infancia, forjaron imágenes de aquello que no pudo ver ni ser testigo. Como el fantasmal colectivo en llamas que junto a otros vehículos, aislaron el barrio e impidieron a Luis, su padre, regresar a casa esa noche. Y esa imagen no fue la única del extenso inventario de qué hacía cada uno y dónde se encontraba cuando se escucharon los primeros disparos. Si pudieron o no atravesar el círculo de fuego montado por la guerrilla para impedir la llegada de refuerzos militares. Si había mujeres entre los guerrilleros y lo jóvenes que eran. Tampoco faltaron las reseñas de cómo y por dónde sacaron a los muertos o de qué manera y a cuántos subieron vivos a camiones militares para luego fusilarlos. Y sobre todo, de la fosa común en el cementerio de Avellaneda que nadie vio pero de la que todos hablan. Relatos que una y otra vez se mezclan con el eco apagado del tableteo de la metralla y el ruido ronco de los helicópteros volando rasantes escupiendo fuego sobre las casillas de la IAPI. ¿Cuántos habitantes del barrio murieron esa noche?. Es aún una pregunta sin respuesta.
El ensayo Las Batallas de Monte Chingolo de Fernando Yulian Martínez, nos habla de ese día y sus fantasmas como imágenes de una memoria anterior. Y sin embargo, es parte íntima de la suya.
Quizás él como ninguno pueda hablarnos de Monte Chingolo y el espectro de esa batalla, porque ahí sigue, hurgando en las calles que aún trajina, recogiendo signos que puedan descifrarse. En ese ir y venir incesante hacia ese día, Yulian encuentra en un objeto familiar, la fotografía del reloj que su padre usaba esa noche con las agujas clavadas a las 18.50, la metáfora perfecta para desandar la trama que desencadena la sucesión de imágenes.
“Las Batallas de Monte Chingolo” compone un singular ensayo visual que desde el lenguaje artístico amalgama imágenes propias, rescates de época e intervenciones en un campo de significación que aún es herida abierta. Ópera prima tan auspiciosa como necesaria, no solo por su atrevida y eficaz propuesta narrativa, sino también por la osadía de encarar un tema que hasta el momento solo fue tratado de manera fragmentaria. Con una mirada aguda que integra lo artístico visual con el registro documental, Yulian asume un valioso desafío y sale más que airoso.
Julio Menajovsky
Noviembre de 2020